La obra más famosa de Rudyard Kipling es, sin duda, El Libro de la Selva. Pero quiero compartir con ustedes algunas de sus obras menos populares, pero no por ello menos fantásticas. A continuación les dejo mi traducción al castellano de uno de los cuentos de su colección de fábulas titulada: Just So Stories, que yo traduzco como Historias Justamente Así.

(las imágenes son los dibujos originales que Kipling hizo para su publicación en 1902)

El Hijo de Elefante

En un lejano tiempo remoto, amor mío, el Elefante no tenía trompa. Tenía tan sólo un hocico abultado y negruzco, del tamaño de una bota, que podía sacudir de lado a lado pero que le era inútil para levantar cosas. Sin embargo, había un Elefante -un nuevo Elefante, un Hijo de Elefante- que era dueño de una curiosidad más que insaciable, lo que significa que hacía cientos de miles de preguntas. Él vivía en África, y colmaba toda África con su curiosidad más que insaciable. Le preguntó a su alta tía Avestruz, por qué las plumas de su cola le crecían justamente así, y su alta tía Avestruz le daba una paliza con su pata muy, muy dura. Le preguntó a su alto tío Jirafa, por qué las manchas en su piel eran justamente así, y su alto tío Jirafa le daba una paliza con su pezuña muy, muy dura. ¡Y aún así era dueño de una curiosidad más que insaciable! Le preguntó a su enorme tía Hipopótamo, por qué sus ojos eran colorados, y su enorme tía Hipopótamo le daba una paliza con su gran, gran pata. Y le preguntó a su velludo tío Mandril, por qué los melones tenían un sabor justamente así, y su velludo tío Mandril le daba una paliza con su gran garra velluda. ¡Y aún así era dueño de una curiosidad más que insaciable! Preguntaba acerca de todo lo que veía, y oía, y sentía, y olía, y tocaba, y sus tíos y sus tías siempre le daban una paliza; pero aún así era dueño de una curiosidad más que insaciable.

Una bonita mañana, promediando la precedencia de los Equinoccios, este más que insaciable Hijo de Elefante realizó una nueva y gran pregunta que jamás había hecho antes. Preguntó:

-¿Qué es lo que almuerza el Cocodrilo?

Y entonces todo el mundo le dijo, con voz alta y severa:

-¡Chiiiito! –y le dieron una paliza de inmediato y sin vueltas, y sin detenerse por un buen rato.

Con el tiempo, cuando esto hubo concluido, el Hijo de Elefante se encontró al pájaro Kolokolo, que estaba sentado en medio de un arbusto espinoso, y le contó:

-Mi padre me ha dado una paliza, y mi madre me ha dado una paliza; y todos mis tíos y tías me han dado una paliza por mi curiosidad más que insaciable, ¡y aún así quiero saber qué es lo que almuerza el Cocodrilo!

El pájaro Kolokolo sentenció, con un chillido angustiado:

-Ve a la ribera del gran verde grisáceo, grasoso río Limpopo, rodeado de árboles de fiebre, y averígualo.

A la mañana siguiente, cuando nada quedaba de los Equinoccios debido a que la precedencia había precedido de acuerdo con lo precedente, este más que insaciable Hijo de Elefante llevó cien libras de bananas (de las cortitas y coloradas), y cien libras de caña de azúcar (de la larga y violácea), y diecisiete melones (de los verduzcos y crujientes), y dijo a todos sus queridos parientes:

-Adiós. Me voy al gran verde grisáceo, grasoso río Limpopo, todo rodeado de árboles de fiebre, para averiguar qué es lo que almuerza el Cocodrilo. Y todos le dieron una paliza una vez más a modo de despedida, aunque él les pidiera de lo más cortésmente que lo dejaran en paz.

Luego se marchó, un poco dolorido, pero para nada sorprendido, comiendo melones y arrojando la cáscara a su paso, pues no tenía forma de recogerlas.

Fue del pueblo de Graham hasta Kimberley, y de Kimberley hasta el condado de Khama, y del condado de Khama siguió hacia el noroeste, comiendo melones todo el tiempo, hasta que llegó a los márgenes del río Limpopo, todo rodeado de árboles de fiebre, tal como dijo el pájaro Kolokolo.

Ahora, es preciso que sepas y entiendas, amor mío, que hasta aquella mismísima semana, y día, y hora, y minuto, este más que insaciable Hijo de Elefante jamás había visto un Cocodrilo, y no sabía cómo reconocerlo. Todo lo que tenía era su curiosidad más que insaciable.

Lo primero que vio fue una Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas, enrollada sobre una roca.

-Disculpe –dijo, de lo más cortésmente el Hijo de Elefante-, pero ¿ha visto algo como un Cocodrilo por estas enmarañadas aguas?

-¿Si yo he visto un Cocodrilo? –dijo la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas, en tono de burla- ¿Qué habrás de preguntarme luego?

-Disculpe –dijo el Hijo de Elefante-, pero ¿sería tan amable de decirme qué es lo que almuerza el Cocodrilo?

La Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas se desenrolló rápidamente de la roca y dio una paliza al Hijo de Elefante con su cola escamosa y latigosa.

-Es curioso –dijo el Hijo de Elefante-, porque mi padre y mi madre, y mi tío y mi tía, por no mencionar mi otra tía Hipopótamo y mi otro tío Mandril, todos me dan palizas por mi curiosidad más que insaciable. Y supongo que esto es lo mismo.

Así que se despidió cortésmente de la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas, la ayudó a enrollarse de nuevo en su roca, y siguió su camino, un poco dolorido, pero para nada sorprendido, comiendo melones y arrojando la cáscara a su paso, pues no tenía forma de recogerlas, hasta que tropezó con lo que parecía un tronco sobre la orilla misma del gran verde grisáceo, grasoso río Limpopo, todo rodeado de árboles de fiebre.

Pero en realidad, amor mío, era el Cocodrilo, y el Cocodrilo guiñó un ojo, ¡así!

-Disculpe –dijo de lo más cortésmente el Hijo de Elefante-, pero ¿ha visto por casualidad un Cocodrilo en estas enmarañadas aguas?

El Cocodrilo guiñó el otro ojo y alzó media cola fuera del lodo, y el Hijo de Elefante retrocedió de lo más cortésmente, porque no quería que le dieran una paliza de nuevo.

-Acércate, Pequeñín –dijo el Cocodrilo-, ¿por qué preguntas esas cosas?

-Disculpe –dijo, de lo más cortésmente el Hijo de Elefante-, pero mi padre me ha dado una paliza, y mi madre me ha dado una paliza, por no mencionar mi alta tía Avestruz, y mi alto tío Jirafa, que golpea fortísimo, lo mismo que mi enorme tía Hipopótamo y mi velludo tío Mandril, e, incluso, la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas, con su cola escamosa y latigosa, río arriba, que golpea más fuerte que todos los demás; por eso, si es lo mismo con usted, no me gustaría recibir una paliza de nuevo.

-Acércate, Pequeñín –dijo el Cocodrilo-, pues yo soy el Cocodrilo –y lloró lágrimas de cocodrilo para demostrarlo.

Entonces el Hijo de Elefante se quedó con la boca abierta y sin aliento, y se arrodilló en la orilla y dijo:

-¡Usted es la mismísima persona que he estado buscando durante todos estos largos días! ¿Podría ser tan amable de decirme qué es lo que almuerza?

-Acércate, Pequeñín –dijo el Cocodrilo-, y te lo susurraré.

Entonces el Hijo de Elefante acercó su cabeza hacia la boca colmada de colmillos del Cocodrilo, y el Cocodrilo le apresó su pequeña nariz, que hasta aquella mismísima semana, y día, y hora, y minuto, no había sido más grande que una bota, aunque bastante más útil.

-Creo –dijo el Cocodrilo, hablando entre dientes, así- Creo que hoy voy a empezar con ¡un Hijo de Elefante!

Ante esto, el Hijo de Elefante se había enojado bastante, de modo que respondió, hablando por la nariz, así:

-¡Suéldeme! ¡Be lastima!

Éste es el Hijo de Elefante mientras el Cocodrilo lo jala por la nariz. Está bastante sorprendido y asombrado y dolorido, y habla por la nariz y dice: «¡Suéldeme! ¡Be lastima!»

Está jalando con fuerza, lo mismo que el Cocodrilo; pero la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas ya se apresura por el agua para ayudar al Hijo de Elefante.

Todo lo oscuro son los márgenes del gran verde grisáceo, grasoso río Limpopo (pero no se me permite colorear los dibujos), y el árbol en forma de botella, con raíces retorcidas y ocho hojas es uno de los árboles de fiebre que crecen allí.

Debajo de la imagen principal hay sombras de animales africanos entrando a un arca africana. Son dos leones, dos avestruces, dos bueyes, dos camellos, dos ovejas y otras dos cosas que parecen ratas, pero que creo que son conejos de las rocas. No significan nada. Los dibujé porque me pareció que quedaban bonitos. Quedarían realmente bien si se me permitiera colorearlos.

En aquel momento, la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas se arrastró hasta la orilla y dijo:

-Mi joven amigo, por si lo ignoras, jala de inmediato y al instante, tan fuerte como esté en tu poder. Es mi parecer que tu encuentro con este gabán de cuero estampado (y con esto se refería al Cocodrilo) te arrojará en la límpida corriente en menos de lo que canta un gallo.

Pues esta es la forma en que suelen expresarse las Serpientes Pitón Bicolor de las Rocas.

Entonces el Hijo de Elefante se sentó de cola y jaló, y jaló, y jaló, y su nariz comenzó a estirarse. Y el Cocodrilo se adentró en el agua, sacudiéndola con los enormes barridos de su cola, y jaló, y jaló, y jaló. Y la nariz del Hijo de Elefante continuaba estirándose.

Y el Hijo de Elefante se afincó sobre sus pequeñas patas, y jaló, y jaló, y jaló, y su nariz continuaba estirándose. Y el Cocodrilo batió su cola como un remo, y jaló, y jaló, y jaló, y con cada tirón, la nariz del Hijo de Elefante se estiraba más y más, y ¡ay, sí que dolía!

Entonces el Hijo de Elefante notó que se resbalaba, y habló por la nariz, que ahora tenía casi cinco pies de largo:

-¡Esdo es bucho para bi!

Pero la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas bajó a la orilla y se anudó con un nudo marinero a una de las patas traseras del Hijo de Elefante, y dijo:

-Viajero inexperto e impulsivo, a partir de ahora nos abocaremos seriamente a un poco de tensión, puesto que de no hacerlo, es mi parecer que este buque acorazado con cubierta laminada (y con esto, amor mío, se refería al Cocodrilo) dañará de modo irreparable tus futuras aspiraciones.

Pues esta es la forma en que suelen expresarse las Serpientes Pitón Bicolor de las Rocas.

De modo que jaló, y el Hijo de Elefante jaló, y el Cocodrilo jaló. Pero el Hijo de Elefante y la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas jalaron con más fuerza, y al fin el Cocodrilo soltó la nariz del Hijo de Elefante, con un chasquido que se oyó a lo largo del Limpopo. Y el Hijo de Elefante cayó sentado de golpe; pero se cuidó de agradecer primero a la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas, y luego acarició su pobre y estirada nariz, y la envolvió en hojas frescas de banana, y la sumergió en el gran verde grisáceo, grasoso Limpopo para que se aliviara.

-¿Por qué haces eso? –preguntó la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas.

-Disculpe –dijo el Hijo de Elefante-, pero mi nariz tiene muy mala apariencia, y voy a esperar a que se encoja.

-Entonces tendrás que esperar un largo rato –dijo la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas-. Hay gente que no sabe lo que es bueno para ellas.

El Hijo de Elefante permaneció allí sentado durante tres días, esperando a que su nariz se encogiera. Pero no se achicaba ni un poquito, y lo que es peor, ya se estaba quedando bizco. Verás y comprenderás, amor mío, que el Cocodrilo la había estirado hasta convertirla en una verdadera trompa, como la que llevan todos los Elefantes hoy en día.

Al finalizar el tercer día, una mosca se acercó y le picó en el hombro, y antes de que supiera lo que hacía, el Hijo de Elefante alzó su trompa y aplastó a la mosca de un golpe.

-¡Ventaja número uno! –dijo la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas- No podrías haber hecho eso con una naricita insignificante. Ahora prueba comer un poco.

Antes de que supiera lo que hacía, el Hijo de Elefante extendió su trompa y arrancó un manojo de pasto, lo frotó hasta limpiarlo contra sus patas delanteras y lo metió en su boca.

-¡Ventaja número dos! –dijo la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas- No podrías haber hecho eso con una naricita insignificante. ¿No te parece que el sol está muy caliente aquí?

-Ya lo creo –dijo el Hijo de Elefante; y antes de que supiera lo que hacía, juntó un montón de barro de la orilla del gran verde grisáceo, grasoso Limpopo y lo colocó en su cabeza, haciéndose una gorra de barro fresco y chorreante que se escurría por detrás de sus orejas.

-¡Ventaja número tres! –dijo la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas- No podrías haber hecho eso con una naricita insignificante. Y ahora, ¿qué te parece recibir una paliza de nuevo?

-Disculpe –dijo el Hijo de Elefante-, pero no me gustaría para nada.

-¿Y qué te parecería darle una paliza a alguien? –dijo la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas.

-Eso sí que me agradaría –dijo el Hijo de Elefante.

-Bueno –dijo la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas-, encontrarás que esa nueva nariz tuya es muy útil para darle palizas a la gente.

-Gracias –dijo el Hijo de Elefante-, lo tendré en cuenta. Y ahora, creo que iré a casa a probar con todos mis queridos parientes.

De modo que el Hijo de Elefante volvió a su casa a través de África, meneando y agitando su trompa. Cuando quería comer fruta las bajaba del árbol, en lugar de esperar a que cayeran como solía hacer antes. Cuando quería pasto lo arrancaba del suelo, en lugar de arrodillarse como antes. Cuando las moscas lo picaban, él partía una rama de árbol y la usaba como matamoscas; y se hacía una nueva y fresca gorra de barro chorreante si el sol estaba caliente. Cuando se sentía solo caminando por África cantaba para sí mismo con su trompa, y el sonido era más fuerte que el de varias trompetas juntas.

ESTA no es más que una imagen del Hijo de Elefante arrancando bananas de un bananero, luego de conseguir su nueva y bonita trompa. No creo que sea un dibujo muy bueno, pero no pude hacerlo mejor porque los elefantes y las bananas son difíciles de dibujar.

Las cosas veteadas detrás del Hijo de Elefante representan un fangoso y pantanoso país en algún lugar de África. El Hijo de Elefante hizo la mayoría de sus tortas de barro con el lodo que encontró allí. Creo que se vería mejor si pintaras el bananero en verde y al Hijo de Elefante en rojo.

Se salió del camino especialmente para buscar a un enorme hipopótamo (que no era pariente suyo) y darle una fuerte paliza, hasta asegurarse de que la Serpiente Pitón Bicolor de las Rocas había dicho la verdad acerca de su nueva trompa. El resto del tiempo recogía las cáscaras de melón que había arrojado en su viaje de ida, pues era un paquidermo muy pulcro.

Una oscura noche arribó donde todos sus queridos parientes, enrolló su trompa y dijo:

-¿Cómo están?

Todos se mostraron felices de verlo, y dijeron de inmediato:

-Ven aquí para que te demos una paliza por tu curiosidad más que insaciable.

-¡Bu! –dijo el Hijo de Elefante- No creo que ustedes sepan nada de palizas; pero yo sí, y se los voy a demostrar.

Entonces desenrolló su trompa y puso a dos de sus queridos hermanos patas para arriba.

-¡Santas bananas! –les dijeron- ¿Dónde aprendiste eso? ¿Y qué le has hecho a tu nariz?

-Conseguí una nueva gracias al Cocodrilo en las orillas del gran verde grisáceo grasoso río Limpopo –dijo el Hijo de Elefante-. Le pregunté qué era lo que almorzaba, y él me dio esto como recuerdo.

-Se ve muy fea –dijo su velludo tío Mandril.

-Lo sé –dijo el Hijo de Elefante-, pero es muy útil. Y alzó a su velludo tío Mandril de una de sus patas velludas y lo sentó en un nido de avispas. 

Luego, aquel Hijo de Elefante sinvergüenza le dio una paliza a todos sus queridos parientes por un largo rato, hasta que estuvieron bien adoloridos y enormemente sorprendidos. Arrancó las plumas de la cola de su alta tía Avestruz; y agarró a su alto tío Jirafa por una de sus patas, y lo arrastró a través de un arbusto espinoso; y le golpeó a su enorme tía Hipopótamo, y sopló burbujas en su oído mientras dormía en el agua después de la comida; pero nunca dejó que nadie tocara al Pájaro Kolokolo.

Al final, las cosas se pusieron tan emocionantes que todos sus queridos parientes corrieron uno a uno a la orilla del gran verde grisáceo, grasoso río Limpopo, todo rodeado de árboles de fiebre, a pedirle nuevas narices al cocodrilo. Cuando regresaron, ya nadie volvió a golpear a nadie más; y desde aquel día, amor mío, todos los elefantes que veas, junto con todos aquellos que nunca verás, tienen trompas idénticas a la trompa de aquel más que insaciable Hijo de Elefante.